Abuso sexual de menores. 20 años de aprendizajes. Consejos a padres de familia


Por: P. Enrique Tapia, LC


(ZENIT Noticias – Ecclesia. Revista de cultura católica / Roma, 15.01.2022).- Presentamos a nuestros lectores un artículo de análisis originalmente publicado en una de nuestras revistas hermanas. El autor es Rector del Pontificio Colegio Internacional Maria Mater Ecclesiae de Roma, Doctor en teología espiritual y profesor de teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum.


 


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Introducción


El 6 de enero de 2001, en la carta Novo Millenio Ineunte (NMI), san Juan Pablo II presentaba «algunas prioridades pastorales» para la Iglesia al inicio del tercer milenio. No hablaba directamente de la prevención y de la atención a las víctimas de abusos sexuales cometidos por clérigos [1]. Sin embargo, este tema se ha hecho una prioridad en la Iglesia en los últimos 20 años, y los Pontificados de Benedicto XVI y de Francisco han estado fuertemente marcados por esta triste realidad.


 


Benedicto, Francisco, numerosos obispos, sacerdotes y laicos de todo el mundo y muchos institutos de vida consagrada, han trabajado arduamente en estas dos décadas para intentar comprender mejor este dramático fenómeno, y para procurar poner medios eficaces para prevenir y evitar que se produzcan abusos sexuales de menores (ASM), ayudar a sanar a las víctimas, y hacer justicia en la verdad y en la caridad con los agresores y con todas las personas afectadas.


 


Este artículo se dirige principalmente -pero no solo- a padres de familia. Seguramente todos hemos escuchado hablar de casos de ASM en los medios de comunicación. Pero ¿hasta qué punto un padre y una madre de familia se dan cuenta de la gravedad del tema, del potencial riesgo en el que pueden encontrarse sus hijos en determinadas situaciones? ¿Saben cómo se pueden prevenir estos delitos, cómo actuar ante determinadas señales? Y no hablamos solamente de ASM cometidos por sacerdotes, sino del hecho en general, pues la mayoría de los abusos (entre el 65 y el 85%) son cometidos por personas del entorno social o familiar de la víctima: parientes, educadores, entrenadores, etc. [2]


 


Este artículo se divide en tres partes, que responden a las tres finalidades del mismo:



  1. Dar una visión general del problema que ayude a tomar conciencia de sus dimensiones.

  2. Presentar someramente lo que la Iglesia está haciendo en estos últimos 20 años.

  3. Exponer qué puede hacer un padre o una madre de familia para custodiar a sus hijos y para cooperar con el bien de la sociedad.


 



  1. Visión general


¿Qué es un abuso sexual de un menor? Existen grandes dificultades para unificar criterios en relación con la definición. Se discrepa tanto al determinar la edad límite del agresor o de la víctima, como al señalar las conductas que se incluyen en el acto abusivo, o en las estrategias utilizadas para cometerlo. Pero hay un consenso básico en dos criterios necesarios para considerar que hay un abuso sexual infantil: una relación de desigualdad -ya sea en cuanto a edad, madurez o poder- entre agresor y víctima, y la utilización del menor con una finalidad sexual [3]. El tipo y la gravedad del abuso pueden variar mucho.


 


Aclarado el concepto, hay que decir que nos encontramos ante un fenómeno históricamente difuso en todas las culturas y sociedades, resultante de una combinación compleja de factores individuales, familiares y sociales. Por otro lado, un abuso sexual supone una interferencia seria en el desarrollo evolutivo del niño y puede dejar graves secuelas que no siempre remiten con el paso del tiempo [4].


 


Este fenómeno, solo de manera relativamente reciente ha sido objeto de estudios sistemáticos, gracias a un cambio de sensibilidad de la opinión pública sobre un problema que antes se consideraba un tabú. Sin embargo, las estadísticas no muestran la realidad del fenómeno pues la mayoría de los abusos no son denunciados y no llegan a ser conocidos por la sociedad [5].


 


El desarrollo de Internet y de los medios de comunicación conllevan una nueva forma de relacionarse con los demás (acentuada además en el periodo de la pandemia Covid-19). Los estudios demuestran que las relaciones on-line cambian el comportamiento habitual de las personas y, entre otras cosas, puede acentuarse la agresividad. Por otro lado, la plaga de la pornografía on-line ha alcanzado enormes dimensiones, con efectos funestos sobre la psique y las relaciones entre el hombre y la mujer, y entre ellos y los niños. Todo esto ha contribuido a un crecimiento notable de los casos de abuso sexual y violencia perpetrados en la red.


 


Los niños nacidos a partir del año 2000 que han crecido usando Internet y las redes sociales, en relación con generaciones anteriores tienden a sufrir más ansiedad y problemas psicológicos en la adolescencia y juventud, a ser más inseguros, y, por tanto, a estar menos preparados para afrontar las dificultades de la vida real [6].


 


Existe también otra plaga intolerable, de la que no trataremos en este artículo pero que también hay que denunciar: el turismo sexual, que en muchos casos significa un abuso de niños y niñas menores de edad.


 


La inhumanidad del fenómeno a escala mundial es aún más grave y escandalosa en la Iglesia [7], porque contrasta con los valores del Evangelio de Jesús. Hemos de reconocer que estamos ante el misterio del mal, que se ensaña contra los más débiles. Por eso debemos no solo intentar limitar los gravísimos abusos con medidas disciplinares y procesos civiles y canónicos, sino también afrontar con decisión el fenómeno tanto dentro como fuera de la Iglesia. La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca el núcleo de su misión: anunciar el amor de Dios a todos los hombres, especialmente a los pequeños y a los más necesitados [8].


 


En los últimos años se han publicado libros y vídeos con el testimonio de algunas víctimas de abusos sexuales. Son testimonios escalofriantes, uno pensaría que esas cosas no pueden suceder. Pero sí, suceden. Las profundas heridas que estos hechos dejan en las víctimas son terribles, heridas sobre todo psicológicas y espirituales que pueden perdurar durante muchos años: hondo conflicto de culpa, vergüenza, falta de autoestima, ansiedad, agresividad, miedo, depresión en diversos grados, tentaciones suicidas, ruptura o dificultad para tener una buena relación con Dios y con las demás personas, especialmente en las relaciones afectivas… Muchas víctimas requieren apoyo psicológico para sanar y no siempre lo logran.


 


También hay acusaciones que resultan ser falsas (o todo parece indicar que son falsas). Quizás el caso más famoso a nivel internacional es el del cardenal australiano George Pell. Acusado de haber abusado de dos niños, fue inicialmente declarado culpable en diciembre de 2018 y en febrero de 2019 se ordenó su ingreso en prisión.​ Sin embargo, tras más de un año recluido, la Corte Suprema de Australia, máxima instancia judicial del país, anuló por unanimidad la condena pues no se podía probar su culpabilidad. En España ha sido famoso el caso del sacerdote Román M.V.C, de la diócesis de Granada; un joven le acusó en 2014 de haber sufrido abusos sexuales, envió incluso una carta al Papa Francisco. El sacerdote fue suspendido de su ministerio y sometido a un juicio civil. En 2017, la Audiencia Provincial de Granada absolvió al padre Román [9]. Quien es objeto de una acusación falsa sufre lo que no podemos imaginar, y su buen nombre queda malherido quizás para siempre.


 


Hasta aquí un breve recorrido por lo que significa este triste fenómeno. Uno de los errores más comunes que suelen cometer los padres de familia es pensar que este tipo de cosas (ASM) no sucede en el entorno donde uno se mueve. Yo también pensaba así hasta hace unos 13 años. Los últimos 12 años he trabajado, la mayor parte del tiempo, dentro de un seminario, colaborando en la formación de candidatos al sacerdocio. En este período he conocido personalmente (fuera del seminario, pero también dentro en algún caso) nueve personas víctimas de ASM, tres agresores, y un sacerdote que recibió una acusación que, después de la debida investigación, resultó no tener fundamento de veracidad. Los casos que he conocido indirectamente son muchos más.


 


En resumen, los ASM existen, son muy numerosos, son muy graves y lo más probable, casi seguro, es que entre las personas que uno conoce durante su vida, haya más de un caso. ¿Estamos preparados para hacer frente a esta realidad, para prevenir en la medida de lo posible que no se den ASM, para ayudar a las víctimas y a los agresores a sanar sus heridas, y a hacer justicia en la verdad y en la caridad?


 



  1. Qué está haciendo la Iglesia en estos últimos 20 años


En este apartado me limito a presentar de manera esquemática las principales medidas o hechos concretos que la Iglesia ha realizado en estas dos décadas en relación a los ASM.


 


Cabe comenzar diciendo que, en el ámbito de los principios y en el ámbito canónico, la condena de la Iglesia por este tipo de delitos ha sido siempre firme e inequívoca [10]. Los errores han estado en la praxis. Por eso, en primer lugar, la Iglesia del siglo XXI ha reconocido los graves errores cometidos en el pasado y ha pedido perdón. Han sido numerosas las veces en que los papas Benedicto XVI, Francisco, y también otros obispos y fieles cristianos han pedido perdón por los pecados y delitos cometidos por otros miembros de la Iglesia, especialmente por sacerdotes y personas consagradas [11]. Durante muchos años se ha escuchado demasiado poco a las víctimas, se han juzgado mal los errores, y con mucha frecuencia se ha buscado más mantener intacta la reputación de la Iglesia que atender al bien de las víctimas.


 


Es evidente que se han cometido errores. Pero también es verdad que se están haciendo muchas cosas en la buena dirección.


 


Ante todo, hay un cambio general de mentalidad y de sensibilidad, pero no un cambio pequeño, sino una revolución, un giro copernicano. Se ha pasado de una actitud -quizás bien intencionada, pero nefasta en sus consecuencias- defensiva de ocultamiento, de querer olvidar, de buscar proteger el buen nombre de un sacerdote o de la institución, a una actitud valiente de búsqueda de la verdad, poniendo todo el interés por atender y ayudar a las víctimas y por hacer justicia. Se ha cambiado de la pasividad (no hacer nada, o muy poco, como por ejemplo trasladar al abusador a otro lugar para que no esté cerca de las víctimas) a una Iglesia que toma la iniciativa para prevenir los abusos y para colaborar con las autoridades civiles en la resolución de las denuncias.


 


El cambio se ha dado también en la praxis y en las medidas operativas que la Santa Sede ha ido proponiendo en cuanto a la prevención, la pedagogía y las normas y penas canónicas.


 


En cuanto a la normativa canónica:


 



  • En 2001, con el motu proprio Sacramentorum Sanctitatis Tutela, san Juan Pablo II determinó que el delito de abuso sexual de un menor de 18 años cometido por un clérigo fuera competencia exclusiva de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con el fin de poder atender mejor estos casos.

  • Benedicto XVI decidió reformar algunos puntos sustanciales y procesales sobre losdelicta graviora y por ello la CDF promulgó el 20 de julio de 2010 «Modificaciones a las Normas de los delitos más graves».

  • Además de toda la normativa penal y procesal, la CDF envió en 2011 a todas las conferencias episcopales del mundo una carta circular para que las iglesias particulares elaboraran guías de actuación contra los abusos sexuales cometidos por clérigos.

  • En 2016, motu proprio del Papa Francisco Come una madre amorevole, acerca de los procesos a seguir ante la posible negligencia de un obispo ante los casos de ASM que caen bajo su jurisdicción.


  • En 2019, el Papa Francisco:

    • publicó el motu proprio Vox estis lux mundi en el que da algunas disposiciones nuevas sobre estos delitos;

    • aprobó ulteriores modificaciones a la normativa canónica, entre las que se encuentra la exención del secreto pontificio en determinadas circunstancias.



  • Recientemente, el 1 de junio de 2021, el Papa Francisco publicó la constitución apostólica Pascite Gregem Dei, con la que reforma el libro VI (titulado “Las sanciones penales en la Iglesia”) del Código de Derecho Canónico. Esta reforma se venía preparando desde Benedicto XVI, que en 2007 encomendó al Pontificio Consejo para los Textos Legislativos la tarea de revisar la normativa penal contenida en el Código de 1983. Dice Francisco en esta Constitución que «muchas de las novedades presentes en el texto responden a la exigencia cada vez más extensa dentro de las comunidades de ver restablecida la justicia y el orden que el delito ha quebrantado» [12].


 


En cuanto a la prevención y formación, a nivel internacional destacamos lo siguiente, sin pretender ser exhaustivos (a nivel nacional o local hay muchas más iniciativas):


 




  • Creación de organismos oficiales específicos:


    • Comisión Pontificia para la Protección de los Menores de Edad, con una finalidad preventivo-educativa. Esta experiencia se está intentando llevar a varios países y diócesis.


    • Centro para la Protección de Menores, de la Universidad Gregoriana de Roma. Ofrece recursos educativos -tanto de formación elemental como especializada- a aquellos que trabajan en el ámbito de la protección de menores [13].



  • Encuentro internacional La protección de los menores en la Iglesia, con la presencia de Papa Francisco y los Presidentes de todas las Conferencias Episcopales del mundo (21-24 de febrero de 2019) [14].

  • Numerosas exhortaciones, discursos y escritos de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, dirigidos sea a la Iglesia Universal, sea a países concretos (Estados Unidos, Irlanda, Australia, Canadá…). Destacamos la carta de Benedicto XVI a los católicos de Irlanda el 19 de marzo de 2010, país gravemente golpeado por la plaga de los abusos; carta a la que siguió una visita apostólica a varias diócesis irlandesas.

  • Revisión de los procesos formativos de los candidatos al sacerdocio, con especial atención a la dimensión humana y afectivo-sexual de los seminaristas, a la dimensión espiritual, a la formación de formadores, y a la ayuda que los profesionales de la psicología pueden ofrecer en el proceso formativo y de discernimiento vocacional.


 


Hans Zollner, presidente del Centro para la Protección de los Menores, uno de los mayores expertos en la prevención del abuso sexual, afirmó que la acción de la Iglesia en estos últimos años en este campo ha supuesto una «revolución en términos de organización y de asunción de responsabilidades» [15].


 


Aunque no se dispone de números globales procedentes de todas las partes del mundo, parece que los casos de ASM cometidos por clérigos están disminuyendo estos últimos años, en parte gracias a este vigoroso y persistente esfuerzo de tantas personas de la Iglesia Católica.


 


Sin duda hay que seguir trabajando y queda mucho por hacer [16].


 



  1. Qué puede hacer un padre de familia


Hemos presentado de manera muy resumida lo que está haciendo la Iglesia para combatir esta atrocidad de los ASM dentro y fuera de ella. Ahora bien, ¿qué pueden hacer un padre y una madre de familia para proteger a sus hijos, para prevenir que sus niños no sufran hechos tan deplorables?