China y Vaticano: señales positivas, pero hay un silencio que pesa


Gianni Criveller 


(ZENIT Noticias – Asia News / Milán, 16.02.2024).- Escribo este comentario justo cuando se celebra el Año Nuevo chino, una fiesta sentida por todos los chinos, en el país y en el extranjero. Es el año del dragón, que entre los doce animales del horóscopo es el más fuerte y amado: es de creer que muchas mujeres chinas querrán tener un hijo en este año considerado el más afortunado.


La fiesta de hoy me catapulta a pensar en la fe católica en China. Por lo que se ve, 2024 debería ser un año decisivo para el diálogo entre China y la Santa Sede: el acuerdo de 2018, renovado dos veces, tendrá que ser ratificado definitivamente o abandonado.


En los últimos días han llegado noticias comentadas, justamente, de manera positiva por los observadores: tres nuevos obispos han sido ordenados, con la aprobación de ambas partes, en cumplimiento del acuerdo. El año 2023 había sido un annus horribilis para la Santa Sede, con el sensacional traslado del obispo Shen Bin a Shanghai. Era el segundo acto unilateral de China que había apartado a la Santa Sede de cualquier consulta. El Vaticano protestó. Después, aceptó lo ocurrido, pero pidió que no se repitiera la situación.


Las tres últimas ordenaciones acordadas, acompañadas del reconocimiento por parte de la Santa Sede de la creación de una nueva diócesis (Weifang, en la provincia de Shandong, con límites redibujados por las autoridades chinas) han dado la impresión de que existe, por parte china, la voluntad de no romper con Roma y ratificar definitivamente el acuerdo.


Hay que recordar que esta «buena» noticia debe contextualizarse: si bien es cierto que el Papa nombra a los obispos, éstos no son elegidos por él, sino por un proceso autónomo guiado por las autoridades chinas, cuyos detalles se desconocen, ya que el texto del acuerdo sigue siendo secreto. Los elegidos en China son, pues, obispos católicos, pero al mismo tiempo ciertamente acogidos por las autoridades. También hay que señalar que, en China, en ningún caso se menciona al Papa y a la Santa Sede ni el acuerdo cuando se anuncian estos nombramientos. Me temo que ni siquiera durante la propia liturgia de ordenación se da la debida importancia al nombramiento papal. En cualquier caso, las celebraciones de las consagraciones episcopales han sido durante mucho tiempo inaccesibles para los observadores externos.


El doble registro -nombramientos que parecen dar fuerza al acuerdo, por un lado; silencio sobre el papel de Roma, por otro- es aún más evidente si se lee el Plan Quinquenal para la Sinicización del Catolicismo en China (2023-2027). Este Plan, muy detallado y articulado en cuatro partes y 33 párrafos, fue aprobado el 14 de diciembre de 2023 por el organismo oficial que reúne a la Conferencia de Obispos Católicos (no reconocida por la Santa Sede) y a la Asociación Patriótica de Católicos Chinos: ambas operan bajo la supervisión del Frente Unido, la oficina del Partido Comunista que gobierna la vida religiosa del país. El documento se publicó el día de Navidad en la página web de la Iglesia católica china. El 19 de diciembre se había publicado un documento similar para las iglesias protestantes.


El Plan Quinquenal «católico», que consta de 5.000 caracteres (lo que equivale a unas 3.000 palabras en italiano), no menciona en ningún momento al Papa ni a la Santa Sede, ni tampoco el acuerdo alcanzado entre el Vaticano y China. En su lugar, se menciona cuatro veces al líder Xi Jinping; cinco veces se reitera que el catolicismo debe adoptar «características chinas 中国特色 ‘. La palabra sinicización (中国化) ocupa un lugar central: se repite no menos de 53 veces.


El Plan es el programa de trabajo para hacer más profundo, ideológico y eficaz el proceso de sinicización: «Es necesario intensificar la investigación para dar un fundamento teológico a la sinicización del catolicismo, mejorar continuamente el sistema de pensamiento teológico sinicizado, construir una sólida base teórica para la sinicización del catolicismo, de modo que se manifieste constantemente con características chinas».


Quienes llevan años estudiando la política religiosa del gobierno chino no encuentran gran novedad en este planteamiento: lo que impresiona, sin embargo, es la firmeza y perentoriedad del lenguaje. Como si no hubiera habido diálogo ni acercamiento con la Santa Sede; como si el reconocimiento del Papa a todos los obispos chinos no contara para nada; como si no hubiera un acuerdo entre la Santa Sede y China que ofrezca al mundo la impresión de que el catolicismo romano ha encontrado hospitalidad y ciudadanía en China.


Como teólogo, me impresiona el proyecto de dar un fundamento teológico a la sinicización. Es demasiado fácil para los observadores superficiales justificarla y confundirla con una etapa del legítimo proceso eclesial de inculturación. No es así: no hay aquí creyentes que busquen libremente un diálogo virtuoso entre la fe católica y sus propias pertenencias culturales. Se trata más bien de la imposición, por parte de un régimen autoritario, de la adaptación de la práctica de la fe a la política religiosa establecida por las autoridades políticas.


Hace cien años, del 15 de mayo al 12 de junio de 1924, se celebró el Concilio de Shanghai, la primera reunión de todos los obispos de China (por desgracia, entonces todavía no había chinos entre ellos). El concilio (interesante la adopción de este término) fue convocado por el delegado papal Celso Costantini. Éste había sido enviado a China a raíz de la encíclica Maximun Illud de 1919, que exigía a las misiones avanzar por el camino de la inculturación. Varios misioneros, entre ellos el superior general del PIME, Paolo Manna (hoy beato), habían denunciado el carácter extranjero de la Iglesia católica en China. En 1926 se ordenaron por fin los seis primeros obispos chinos y, unos años más tarde, Costantini fundó en Beijing una escuela para crear un arte cristiano chino. Así comenzó, con gran retraso, el proceso de sinicización. Y en el año del centenario del Concilio de Shanghai, es justo reflexionar, histórica y teológicamente, sobre estos acontecimientos y los retos para el futuro de la fe en China.


Lo que nos parece inaceptable es que el control de las autoridades políticas sobre los creyentes católicos -un control que se quiere hacer pasar por sinicización- se justifique cómoda y ambiguamente en nombre de la inculturación del Evangelio.


 


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