Papa Francisco y la doctrina: un camino y un árbol


Por: Simone Varisco


 


(ZENIT Noticias – Caffe-Storia / Roma, 05.08.2022).- «Sabed que el dogma, la moral, está siempre en vías de desarrollo, pero de desarrollo en el mismo sentido». Esta es la idea expresada por el Papa Francisco sobre el tema de la doctrina al responder a una pregunta que se le formuló durante la habitual rueda de prensa en el vuelo de regreso del reciente viaje apostólico a Canadá. Tema: la doctrina de la Iglesia sobre los anticonceptivos. Pero hay mucho más.


Más allá del alcance «muy preciso», de hecho, el Papa Francisco amplía la cuestión, aclarando el significado que atribuye al «desarrollo de una cuestión moral, un desarrollo teológico, digamos, o dogmático». Con una experiencia extraída de la tradición de la Iglesia: la de Vicente de Lérins, escritor cristiano latino del siglo V, autor del Commonitorium en el que se propone definir un método universalmente válido para distinguir la verdadera doctrina de la falsa, reconociendo un carácter fundamental a la continuidad de la tradición –lo que se ha creído «en todas partes, siempre y por todos»– en el progreso dogmático.


Vicente de Lérins


«Hay una regla que es muy clara y esclarecedora -explica el Papa-: Vicente de Lérins, en el siglo V, era un francés. Dice que la verdadera doctrina, para avanzar, para desarrollarse, no debe ser tranquila, se desarrolla ut annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate. Es decir, se consolida con el tiempo, se dilata y se hace más firme pero siempre progresando. Por eso el deber de los teólogos es la investigación, la reflexión teológica. No se puede hacer teología con un «no» por delante. Entonces será el Magisterio el que diga: ‘No, te has pasado, vuelve’. Pero el desarrollo teológico debe ser abierto, para eso están los teólogos. Y el Magisterio debe ayudar a comprender los límites».


Como curiosa demostración de la pluralidad de enfoques, hoy amplificada por los medios de comunicación, pero que siempre ha caracterizado a la Iglesia, Vicente de Lerins -venerado como santo por católicos y ortodoxos- fue un semipelagiano, es decir, partidario de una doctrina sobre la salvación y la gracia divina contraria a la que sostenía Agustín de Hipona, condenada en el II Concilio de Orange en 529 y recuperada, siglos después, por el Humanismo y el Renacimiento. Para confirmar esta variedad, baste decir que el pensamiento de Vicente de Lerins se recoge en 1889 en la Declaración de Utrecht, que sanciona el cisma de las Iglesias vetero-católicas de la Iglesia católica. «Permanezcamos fieles al principio de la Iglesia primitiva, como lo expresó Vicente de Lerins en la frase: ‘Id teneamus, quod ubique, quod semper, quod ad omnibus creditum est, hoc est enim vere proprieque catholicum'».


Esto ayuda a entender cómo el factor discriminante, en palabras del Papa Francisco, es que la búsqueda de la verdad y el debate se produzcan «en sentido eclesial, no fuera, como dije con aquella regla de Vicente de Lérins». Entonces el Magisterio dirá: ‘Sí es bueno’, ‘No es bueno’. […] Para ser claros: cuando se desarrolla el dogma o la moral, está bien, pero en esa dirección, con las tres reglas de Vicente de Lérins. Creo que esto es muy claro: una Iglesia que no desarrolla su pensamiento en sentido eclesial es una Iglesia que va hacia atrás. Y este es el problema actual, de tantos que se autodenominan «tradicionales». No, no son tradicionales, son «indietristas», van hacia atrás, sin raíces».


La doctrina como camino


Un camino -a diferencia de muchos «Caminos»- por lo tanto todo menos caótico, dejado al capricho del individualismo, los intereses creados y las contingencias. Se trata más bien de un movimiento que se orienta hacia una dirección y un eje común, como la multiplicidad de caminos alternativos, pero paralelos e inevitablemente complementarios, que caracterizaban las «vías» de la Edad Media, tras la geometría racional romana que nos parece tan moderna (nunca se insistirá lo suficiente en que la inmovilidad de la vida medieval es un mito).


Un camino que, para Francisco, no es sólo hacia adelante, sino también hacia arriba. De hecho, es lo mismo. La tradición -explica el Papa- es precisamente la raíz de la inspiración para avanzar en la Iglesia. Y siempre esto es vertical. El «indietrismo» va hacia atrás, siempre está cerrado. Es importante entender bien el papel de la tradición, que siempre está abierta, como las raíces del árbol, y el árbol crece así. […] Hay que pensar y llevar la fe y la moral hacia adelante, y mientras vaya en la dirección de las raíces, del jugo, está bien’. Hacia adelante, abierto, creciendo. Hacia atrás, cerrado, marchito. No hay término medio, no hay espacio para el inmovilismo.


La doctrina como árbol


«La doctrina no es algo estático», dijo el Papa en plena pandemia, en una de sus famosas homilías matutinas desde la Casa Santa Marta, sino que «crece como crecen los árboles». Aclarando, de nuevo, que no se trata de un crecimiento en orden aleatorio, «sino siempre en la misma dirección: [la doctrina] crece en comprensión. Y el Espíritu nos ayuda a crecer en la comprensión de la fe, a entenderla más, a comprender lo que dice la fe. La fe no es algo estático; la doctrina no es algo estático: crece. Crece como crecen los árboles, siempre igual, pero más grande, con frutos, pero siempre igual, en la misma dirección. Y el Espíritu Santo impide que la doctrina se equivoque, impide que se quede ahí, sin crecer en nosotros. Nos enseñará las cosas que Jesús nos enseñó, desarrollará en nosotros la comprensión de lo que Jesús nos enseñó, hará crecer en nosotros la doctrina del Señor, hasta la madurez».


A su manera, afín al modelo del poliedro, recurrente en el pensamiento de Francisco, la del árbol es también una imagen querida por el Papa, retomada varias veces durante su reciente viaje a Canadá. «Es Jesús quien nos reconcilia en la cruz, en ese árbol de la vida, como les gustaba llamarlo a los antiguos cristianos», recuerda el Pontífice en su encuentro con los indígenas y la comunidad parroquial de Edmonton. «Ustedes, queridos hermanos y hermanas indígenas, tienen mucho que enseñar sobre el significado vital del árbol que, unido a la tierra por sus raíces, da oxígeno a través de sus hojas y nos nutre con sus frutos. […] Es [Jesús] quien en la cruz reconcilia, recompone lo que parecía impensable e imperdonable, abraza a todos y a todo».


El árbol es un paradigma de la historia de los pueblos, canadienses y otros, continuamente sometidos a procesos de homologación cultural, diferentes en tipo y edad. «Vuestro árbol ha sufrido una tragedia, que me habéis contado en estos días: la del desarraigo», reconoció el Papa Francisco a las delegaciones de los pueblos indígenas de Canadá reunidas en el Vaticano el pasado abril. «La cadena que transmitía conocimientos y modos de vida, en unión con el territorio, se ha roto con la colonización». Como ocurre tan a menudo, y no sólo en Canadá, con los diferentes tipos de colonialismo cultural y de pensamiento dominante. Que nos impiden llegar a las verdaderas raíces de la situación actual, para captar no sólo sus síntomas, sino también sus causas más profundas. Los de una fe reducida a un árbol sin fruto.




Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.


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